Manifiesto
para desprogramar lo Humano
Manifiesto para desprogramar el CAPTCHA
El CAPTCHA te pregunta: “I’m not a robot”.
Y respondes que no,
pero llevas la red en la mano,
los algoritmos en la cabeza,
la dependencia tatuada en el pulgar que desliza.
¿No es ya eso ser medio-máquina?
¿Qué es un humano?
Dicen que fue el hombre blanco, occidental,
quien dibujó mapas y fronteras,
quien declaró suyo el planeta entero.
Pero ese “universal” era trampa:
una ficción de poder que llamó humano a unos pocos,
dejando a los demás al margen: mujeres, pueblos, criaturas,
convertidos en naturaleza muda, en recurso, en objeto de dominio.
Nos piden repetir: “I’m not a robot”.
Pero lo humano nunca fue esencia fija,
sino campo de batalla,
relato en disputa,
porque somos homo narrans:
existimos en las historias que contamos
y en las que nos fueron arrebatadas.
Hoy el universalismo retorna con otra máscara:
el transhumanismo.
Promete prótesis infinitas, cuerpos inmortales,
una fuga hacia adelante donde la carne es lastre.
Pero no es liberación:
es la hiperstición del turbocapitalismo,
la religión del progreso que confunde técnica con salvación.
La técnica nunca fue neutra:
cada dispositivo arrastra un mundo,
cada prótesis dicta obediencias,
cada invento reorganiza lo vivo.
No elegimos: somos arrastrados,
presa de la vergüenza prometeica
que admira a la máquina más que a la vida.
El poshumano, sin embargo, no es esa huida,
ni la inmortalidad a crédito,
ni el culto a lo artificial.
El poshumano es desborde:
vida en rizoma,
parentezco con lo no humano,
narraciones múltiples,
futurabilidades insurgentes.
Entonces, ¿qué es un humano?
No el amo del mundo,
no el robot/ cyborg que pretende ser dios,
sino la fragilidad que imagina,
el temblor que inventa relatos,
la alianza que desarma fronteras.
No somos robots ni universales vacíos:
somos narración, mestizaje, contaminación.
Y en esa impureza —en ese gesto mínimo que se escapa del control —
late la verdadera insurrección.