31 dic 2020

Aves del paraíso

 


Poseía una gran experiencia en la materia, sus años en las charcas la hacían pasar por una de las más sensibles a cualquier mínimo movimiento que aconteciera ahí debajo, donde el lecho fangoso pareciera un lugar poco propicio para encontrar algo suculento que llevarse a la barriga. Además, sus patas zancudas conocían los intentos de fuga de todos los peces y anfibios, yendo a parar a su pico en un gran número de ocasiones. Al otro lado, aquella garza real formaba parte de una estampa habitual de los humedales de Bentonio, donde un montón de gentes venían a ver por algún motivo aquellos seres emplumados sin llegar a disfrutarlo del todo.

 Era una parada gratuita que, en la mente de muchos visitantes, al ver el cartel en la carretera se tornaba como plausible y necesaria, dentro de un marco que abarcara algo más que sol y playa y pudiera dar píe a descansar del ir y venir del coche. El lugar además poseía otro encanto; unos baños limpios y unos bancos cómodos situados en una fresca sombra. Todo esto hacía de aquel lugar algo más que un observatorio para aficionados a la ornitología, cuya impresión de dicho lugar pasaba por ser quizás uno de los pocos lugares vetados debido a la fuerte afluencia de turístas. Todo remarcado con un montón de mensajes pedagógicos y diseños funcionales, tratándose de un observatorio de aves de primera categoría, que sin duda lo era, pero la presencia de muy abundantes visitantes que descansaban por el simple hecho de reposar gratuitamente hacía de este un lugar no acto para tipos con prismáticos y guías raras. Cabe imaginar grupos de antropólogos escondidos observando a lo lejos el comportamiento de aquellos extraños visitantes. Cabe añadir más capas a esta sobreposición de lentes, la del que no mira el paisaje de esa forma y mucho menos con libreta y prismáticos queriendo comprender al otro, un otro taxonómico y ajeno.

 A veces se confabulaban los dioses y un turista en toda regla se presentaba con sus prismáticos para analizar los aconteceres de aquel ecosistema con una frescura propia de los mejores naturalistas, viendo en cada detalle un acopio de saberes. Prismáticos y microscopios ebrios de detalles, un zoom sobre esa estampa a una escala microscópica, metiendo el humedal en una pequeña placa Petri. De alguna forma, aquel lugar era eso, un microcosmos dentro de una zona hiper-turística donde todo se puede ver a simple vista o incluso es acercado para poder verlo más de cerca, todo es todo.

 Ver como cristaliza el agua sometida a baja temperatura y sentir como esos cristalitos se clavan sobre las largas patas de nuestra emplumada amiga, quedando atrapada por la congelación del agua y observado delante suya el tiempo detenido de una joven carpa, que al notar la cercana vibración de las zancadas nado estrepitosamente sin poder escapar, quedando atrapada por el hielo a escasos centímetros de la garza. Sus patas estaban estáticas, pero el resto del cuerpo podía aun moverse e intento golpear con el pico el hielo que delante suya dejaba ver una silueta conocida de un rico pez. No en vano el grosor del hielo hizo imposible la monumental tarea.

 Las hojas al ser tocadas se partían en millones de pequeños trozos verdes, que al llegar al suelo engrosaban la información almacenada en los fríos casquetes polares. La congelación fracciono las patas, dejando tendida de lado a la garza que luchaba afanosamente por levantarse, por levantar vuelo. Pero al intentar elevarse con todas sus fuerzas, una parte del ala izquierda comenzó a congelarse. Luchó y durante unos instantes (creyó) se levantó unos centímetros del suelo, como si pudiera elevarse y una vez en el cielo, escapando de aquella congelación perpetua en forma de tubos de cuarzo color violeta, sus patas volvieran a crecerle. No dio tiempo a tal cosa, su ala se partió como si fuera una copa de algún turista que la tirara de la quinta planta del hotel directa al suelo y se hiciera añicos en miles de pedazos. Trozos por todas partes, trozos por el parterre, en la cercana piscina, en la suela del zapato del segurita. La garza quedo tendida y poco a poco fue partiéndose y formando parte de las formaciones de témpanos violetas, del plástico fundido que atrapa la silueta a la que acoge transparentemente. Todo el territorio insular cubierto por una pátina de la más transparente resina epoxi. Aves del paraíso de cristal de bohemia para jugar en la arena; al rato dejadas en la orilla; el recuerdo del viaje a la llanura brasileña del Mato Groso y el emic y el etic del turismo; y la garza real bajo una ola de calor que seca rápidamente la laguna, la charca, el millo, la lengua y la puesta en marcha de medidas contra la sequía  a base de cubitos de hielo; el aire acondicionado funcionando a las afueras de la zona principal del hotel, a toda máquina en un ruidoso funcionar en la puerta trasera de los todos los paisajes áridos. Ir a la playa sin toalla con mucha arena y solajera.

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