A
pie de página. Ahora que todos estamos locos, taimados, vuelve a mí. El libro
pasa de mano en mano, son muchas manos arropadas por la manga de la chaqueta,
desdibujando en colores grises, paulatinamente las manos. Las manos se
precipitan y cierran el paso a la vista sin poder saber hacia dónde se dirige
el libro. Pasa por manos que pertenecen a un cuerpo que está de pie. Pasan por
manos sentadas y por manos lacadas. Difuso, humo, café en Paris. El libro sigue
una secuencia con forma de ocho. Manoseado, olido, prestado, en descredito de
comentar lo que uno opina con la idea permanente de conectar con vuestra
verdadera filosofía del autor. Un libro escrito. Como sabéis
cada mano es única, llena de detalles que la hacen única. Un hombre que piensa
en manos es un fallo. Hambre, hombro, hombre. ¿Dónde está el libro? No ha podido salir pues
la puerta se sitúa lejos y cerrada. El camarero llega con el paño doblado en su
brazo para limpiar la mesa. Nos pregunta que queremos. Al final del proceso el
libro vuelve a la mesa de la que salió transformado en cenicero. Lo cierto es
que se fue por la puerta de mano en mano, formalizando muchas cosas. Pero uno
no podía saberlo estando sentado entre la muchedumbre, entre las copas y dado
que el primer objeto que llego a la mesa después de la salida del libro fue el
cenicero no nos quedo otra que asimilar que el libro se había transformado en
eso, por voluntad propia a lo largo de un proceso sumarial, dentro de un puto
café de imbéciles poetas y un montón de gafas de escritores que narran, que se
atreven a narrar sobre el cuerpo-prosopopeyico donde caen las cenizas, abajo la
metáfora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario