8 dic 2025

MANIFIESTO DEL HORMIGÓN–RELIGIÓN

 

                                                metaliteratura del desvío

Hablo constantemente de estructuras y esqueletos, de ballenas varadas cuya carne se pudre entre mis manos, y a través de esa imagen intento rozar la idea de la metaliteratura. Pienso en una oralidad que nace en las orillas, pero no de playas de arena, sino de playas hechas de virutas metálicas. Allí imagino un nuevo hormigón, casi una nueva religión.

Quiero señalar lo crucial que es cambiar palabras. Llevo años diciendo hormigón en lugar de religión, como si ese simple reemplazo pudiera operar una conversión material en mi pensamiento. Todavía no consigo desprenderme de esa idea: digo hormigón y, claro, tiendo a pensar en arquitecturas, en estructuras, en la lógica del espacio; pero también emerge el rastro de lo que fue sustituido. En mi mente se fusionan templos y altos hornos, culto y construcción. Cada vez que veo la mezcla caer desde la hormigonera para levantar un edificio, algo de esa materia líquida se derrama sobre mis viejas imágenes de lo divino- Sacrosanto . Mamá muerta y los niños hablando del paleolítico como si mi madre fuera solo huesos. 

 . Es como si asistiera al momento en que aquello de obrar a Dios se endurece, se fragua, se vuelve sólido.

MANIFIESTO DEL HORMIGÓN–RELIGIÓN

(Ontología para una fe que fragua)

I. Declaración de origen

  1. La hormigón–religión nace del acto simple y radical de cambiar una palabra por otra.
  2. No procede de credos antiguos ni de arquitecturas sagradas: surge del desplazamiento léxico y del temblor que provoca.
  3. Allí donde antes se decía religión, ahora se dice hormigón. Y el mundo, obediente al lenguaje, cambia de forma.

II. Principio de fraguado

  1. Toda creencia es un vertido: cae húmeda sobre la mente, ocupa un vacío, y fragua.
  2. El hormigón no es símbolo: es sustancia. La fe se vuelve material, la idea se endurece, la metáfora se convierte en arquitectura.
  3. En el hormigón–religión, el espíritu no asciende: se solidifica.

III. Ontología del material

  1. El hormigón no es puro ni noble. Es mezcla:
    • grava
    • agua
    • arena
    • cemento
      Así también lo es toda creencia: una impureza organizada.
  2. El cemento ocupa el lugar que ocupó la divinidad: no crea mundos, los sostiene.
  3. El mallazo es nuestro exvoto. La fe tiene nervios de acero.

IV. De los templos y los altos hornos

  1. La hormigón–religión erige templos sin idea de eternidad, sólo de resistencia.
  2. El lugar sagrado no es un monte; es un vacío donde la estructura todavía no se ha decidido.
  3. Nuestras catedrales son naves industriales: allí se escucha cómo la trascendencia cura, cómo humea, cómo suelta vapor.
  4. La liturgia consiste en observar cómo un encofrado toma forma.

V. Teología de la grieta

  1. No hay dogma sin fisura.
  2. La grieta es revelación: no anuncia el derrumbe, sino la verdad del material.
  3. Quien sigue la hormigón–religión aprende a leer las fracturas: allí habla la fe.
  4. La grieta es una oración en idioma mineral.

VI. Bestiario de obra y descomposición

  1. Las termitas son profetas: conocen el interior, roen lo íntimo, desfondan lo que parecía entero.
  2. Las ballenas varadas son nuestras parábolas: cuerpos gigantes convertidos en esqueletos de metal, donde la carne revela la estructura.
  3. La viruta metálica de las playas es nuestro incienso: pequeñas astillas del mundo que fue.

VII. Palabras desplazadas, mundos desplazados

  1. La hormigón–religión se expande por sustitución:
    • dios → cemento
    • alma → mezcla
    • cruz → mallazo
    • salvación → carga estructural
  2. Todo puede renombrarse. Todo puede re-fraguarse.
  3. En el cambio de palabra ocurre el milagro: la realidad se reorganizamontaña simulada

VIII. Rito de obra y demolición

  1. Creer es construir; dudar es demoler. Ambas acciones son sagradas.
  2. No se distingue entre templo y ruina: ambas son fases de ciclo.
  3. El creyente no busca elevarse: busca sostenerse.
  4. La hormigón–religión no promete eternidad, sino coherencia estructural momentánea.

IX. Ética del encofrado

  1. Todo ser humano es un molde temporal. fetichización del paisaje
  2. Lo que vertemos en él —memoria, culpa, deseo— cura con el tiempo.
  3. Cada vida es una arquitectura improvisada, sometida a cargas inesperadas.
  4. La responsabilidad es Modos de ver, revisar tus grietas y no negarlas.

X. Conclusión: la fe que se endurece

  1. La hormigón–religión no pretende la verdad; pretende el espesor.
  2. Creemos en lo que sostiene, no en lo que promete. masa pétrea
  3. La revelación final es simple:
    somos estructuras que se piensan a sí mismas mientras fraguan cristal river.

 

The new analog


 

Nadie ha escrito los poemas de Ashbless


 [te escucho desnudar a contraluz al círculo de uróboros] 


22 sept 2025

Manifiesto para desprogramar el CAPTCHA

 


Manifiesto para desprogramar lo Humano

Manifiesto para desprogramar el CAPTCHA

El CAPTCHA te pregunta: “I’m not a robot”.
Y respondes que no,
pero llevas la red en la mano,
los algoritmos en la cabeza,
la dependencia tatuada en el pulgar que desliza.
¿No es ya eso ser medio-máquina?
¿Qué es un humano?

Dicen que fue el hombre blanco, occidental,
quien dibujó mapas y fronteras,
quien declaró suyo el planeta entero.
Pero ese “universal” era trampa:
una ficción de poder que llamó humano a unos pocos,
dejando a los demás al margen: mujeres, pueblos, criaturas,
convertidos en naturaleza muda, en recurso, en objeto de dominio.

Nos piden repetir: “I’m not a robot”.
Pero lo humano nunca fue esencia fija,
sino campo de batalla,
relato en disputa,
porque somos homo narrans:
existimos en las historias que contamos
y en las que nos fueron arrebatadas.

Hoy el universalismo retorna con otra máscara:
el transhumanismo.
Promete prótesis infinitas, cuerpos inmortales,
una fuga hacia adelante donde la carne es lastre.
Pero no es liberación:
es la hiperstición del turbocapitalismo,
la religión del progreso que confunde técnica con salvación.

La técnica nunca fue neutra:
cada dispositivo arrastra un mundo,
cada prótesis dicta obediencias,
cada invento reorganiza lo vivo.
No elegimos: somos arrastrados,
presa de la vergüenza prometeica
que admira a la máquina más que a la vida.

El poshumano, sin embargo, no es esa huida,
ni la inmortalidad a crédito,
ni el culto a lo artificial.
El poshumano es desborde:
vida en rizoma,
parentezco con lo no humano,
narraciones múltiples,
futurabilidades insurgentes.

Entonces, ¿qué es un humano?
No el amo del mundo,
no el robot/ cyborg que pretende ser dios,
sino la fragilidad que imagina,
el temblor que inventa relatos,
la alianza que desarma fronteras.

No somos robots ni universales vacíos:
somos narración, mestizaje, contaminación.
Y en esa impureza —en ese gesto mínimo que se escapa del control —
late la verdadera insurrección.

11 ago 2025

Nova port

 


Como si los cuartos hubieran mutado en naves espaciales. Lanzaderas inmóviles. Cápsulas sin destino. Una nave espacial: aire cerrado, aire nunca puro. Y, al mismo tiempo, la ilusión de hablar con un exterior inmenso, inabarcable.
El espacio exterior existe, pero está exento de aire y de gravedad.
Los cuartos son naves no por sus botones, paredes de metal o puertas de Alien, sino por la idea. Por la estética imaginada: luces frías, zonas acolchadas, escafandras que permiten dormir dos años antes de llegar a ninguna parte.

La cabaña autárquica es la profecía autocumplida de la nave-cuarto del draconiano nuevo sistema solar.
La morfogénesis del cuarto nave-búnker trabaja con conceptos, no con materiales. Usa claves y ondas, deja pomos y sillas pegados con cola de milano. Va directo.

Atomización veri-Good y it's all the fashion now : aislarnos, construir el cuerpo-máquina que no puede liberarse.
Detrás de cada palabra: ideas buenas, semillas de sociedades alternativas. Las defendimos. Nos las robaron. Las usamos mal. Demasiada buena voluntad entregada sin blindaje.

El cuarto, cerrado de par en par. El aire, invisible pero pesado. Día tras día. Un hábitat hiperconectivo. El cuarto como mente. La mente como cuarto enlazado a un Interfax.

La cabaña en el bosque anuncia el búnker.
El búnker no se fabrica en masa, pero se propaga como imagen: guerra nuclear, mochila de los últimos días.
Miedo y amor. Miedo y amor.

Al final de la obra, vemos a una persona real caminando durante un largo rato por una vasta llanura cubierta de trigo. El sol aprieta fuerte. Cuando decide que está justo en el centro, todo se vuelve drama.

Realiza entonces la coreografía de las azafatas: movimientos precisos, mecánicos, rituales. Se coloca el chaleco salvavidas en medio de la planicie. Tira de las correas. El chaleco se infla y caen al suelo miles de trozos de aquel cuerpo, nadie alcanza a verlo, un montaje dirá en internet luego.

Una explosión nuclear, diminuta como una hormiga, estalla a su alrededor. Entre el humo y el polvo, emerge la cabeza de una cerilla quemada, prueba silenciosa de la explosión. Queda esa imagen, o por si lo prefieres, puedes salir a dar una vuelta por el barrio y encontrarte con un grupo de palomas devorando el vómito de algún borracho de la noche anterior.