22 sept 2025

Manifiesto para desprogramar el CAPTCHA

 


Manifiesto para desprogramar lo Humano

Manifiesto para desprogramar el CAPTCHA

El CAPTCHA te pregunta: “I’m not a robot”.
Y respondes que no,
pero llevas la red en la mano,
los algoritmos en la cabeza,
la dependencia tatuada en el pulgar que desliza.
¿No es ya eso ser medio-máquina?
¿Qué es un humano?

Dicen que fue el hombre blanco, occidental,
quien dibujó mapas y fronteras,
quien declaró suyo el planeta entero.
Pero ese “universal” era trampa:
una ficción de poder que llamó humano a unos pocos,
dejando a los demás al margen: mujeres, pueblos, criaturas,
convertidos en naturaleza muda, en recurso, en objeto de dominio.

Nos piden repetir: “I’m not a robot”.
Pero lo humano nunca fue esencia fija,
sino campo de batalla,
relato en disputa,
porque somos homo narrans:
existimos en las historias que contamos
y en las que nos fueron arrebatadas.

Hoy el universalismo retorna con otra máscara:
el transhumanismo.
Promete prótesis infinitas, cuerpos inmortales,
una fuga hacia adelante donde la carne es lastre.
Pero no es liberación:
es la hiperstición del turbocapitalismo,
la religión del progreso que confunde técnica con salvación.

La técnica nunca fue neutra:
cada dispositivo arrastra un mundo,
cada prótesis dicta obediencias,
cada invento reorganiza lo vivo.
No elegimos: somos arrastrados,
presa de la vergüenza prometeica
que admira a la máquina más que a la vida.

El poshumano, sin embargo, no es esa huida,
ni la inmortalidad a crédito,
ni el culto a lo artificial.
El poshumano es desborde:
vida en rizoma,
parentezco con lo no humano,
narraciones múltiples,
futurabilidades insurgentes.

Entonces, ¿qué es un humano?
No el amo del mundo,
no el robot/ cyborg que pretende ser dios,
sino la fragilidad que imagina,
el temblor que inventa relatos,
la alianza que desarma fronteras.

No somos robots ni universales vacíos:
somos narración, mestizaje, contaminación.
Y en esa impureza —en ese gesto mínimo que se escapa del control —
late la verdadera insurrección.

11 ago 2025

Nova port

 


Como si los cuartos hubieran mutado en naves espaciales. Lanzaderas inmóviles. Cápsulas sin destino. Una nave espacial: aire cerrado, aire nunca puro. Y, al mismo tiempo, la ilusión de hablar con un exterior inmenso, inabarcable.
El espacio exterior existe, pero está exento de aire y de gravedad.
Los cuartos son naves no por sus botones, paredes de metal o puertas de Alien, sino por la idea. Por la estética imaginada: luces frías, zonas acolchadas, escafandras que permiten dormir dos años antes de llegar a ninguna parte.

La cabaña autárquica es la profecía autocumplida de la nave-cuarto del draconiano nuevo sistema solar.
La morfogénesis del cuarto nave-búnker trabaja con conceptos, no con materiales. Usa claves y ondas, deja pomos y sillas pegados con cola de milano. Va directo.

Atomización veri-Good y it's all the fashion now : aislarnos, construir el cuerpo-máquina que no puede liberarse.
Detrás de cada palabra: ideas buenas, semillas de sociedades alternativas. Las defendimos. Nos las robaron. Las usamos mal. Demasiada buena voluntad entregada sin blindaje.

El cuarto, cerrado de par en par. El aire, invisible pero pesado. Día tras día. Un hábitat hiperconectivo. El cuarto como mente. La mente como cuarto enlazado a un Interfax.

La cabaña en el bosque anuncia el búnker.
El búnker no se fabrica en masa, pero se propaga como imagen: guerra nuclear, mochila de los últimos días.
Miedo y amor. Miedo y amor.

Al final de la obra, vemos a una persona real caminando durante un largo rato por una vasta llanura cubierta de trigo. El sol aprieta fuerte. Cuando decide que está justo en el centro, todo se vuelve drama.

Realiza entonces la coreografía de las azafatas: movimientos precisos, mecánicos, rituales. Se coloca el chaleco salvavidas en medio de la planicie. Tira de las correas. El chaleco se infla y caen al suelo miles de trozos de aquel cuerpo, nadie alcanza a verlo, un montaje dirá en internet luego.

Una explosión nuclear, diminuta como una hormiga, estalla a su alrededor. Entre el humo y el polvo, emerge la cabeza de una cerilla quemada, prueba silenciosa de la explosión. Queda esa imagen, o por si lo prefieres, puedes salir a dar una vuelta por el barrio y encontrarte con un grupo de palomas devorando el vómito de algún borracho de la noche anterior.