19 may 2019

La utopía/distopía como máquina de guerra luchando contra el aparato de captura




Una mesa repleta de legajos aun sin atar. Profusión de papeles encolados y pegados en la pared cuya cartografía es la de siempre. Subirse a lo alto de una escalera y mirar hacia abajo, con un catalejo de lentes formadas por saturación de sal, a alguien desnudo que yace en el suelo.
Manuscrito encontrado.
Tirar manuscrito desde lo alto de un edificio, asumir su pérdida.
Barrer y complementar con una fina pátina de café sobre el folio.
Al rato esculpir una grieta, ¿se puede esculpir una grieta? Procedes y no queda tan mal. Trampantojo por el que entra un chorro de luz en aquel cuarto: legajos y papel encolado, ya sabes. Reforestar es como inundar pero con diferentes elementos aunque nos refiramos ahora a una especie de letanía visual. Al otro lado de la habitación un grupo de personas trabaja a destajo, colando arena por la grieta con un chorro de aire a velocidad media, reproduciendo una estela de tiempo vigorosa.
La ventisca asedia el cuarto, (formato ficción), la mesa se llena de arena, pronto dunas, la cama y sus (re)pliegues, grano a grano, desaparecen sin llegar a colapsar del todo. Como decimos, es toda una treta bien orquestada: la elección de la tinta para los legajos, el tipo de hilo para atarlos, el cuidado a la hora de proyectar el atrezo.  ¿Esculpir una grieta? ¿Alquilar termitas? ¿Sustituir las tripas por un plano de un hormiguero? ¿Qué te parece? ¿Qué te merece?
Supongamos que quiero grabar el sonido producido por un montón de periódicos atados que se dejan caer al suelo en la entrada de algún quiosco. Todo eso no me llevará mucho tiempo, puedo recurrir a la imagen de la inflación del marco durante el final de la segunda guerra mundial y enfrentar ese montón de papelitos a los míos. No está de más señalar las características del rostro que sujeta ese fajo de billetes. ¡Porfiar, porfiar infinitamente!

 El otro día mantuve una controversia sobre los desiertos y los bosques. Defendí mis postulados. Lo dije hace tiempo: bosques y desiertos encumbran un tipo de entelequia monolítica. Llevé un enorme manuscrito en el que había anotado un sinfín de cosas sobre otros asuntos. Lo situé de tal forma que fuera visible desde el púlpito para toda la audiencia. Durante mi discurso no recurrí a nada de lo plasmado semanas atrás, y a expensas del público, los que al finalizar mi desértica y arborescente disertación. No quiero parecer un impostor pero tampoco un fotógrafo, ni mucho menos tirar las cenizas por el retrete y grabarlo. Ya sabes, ese rollo tipo cortometraje sobre el entierro de mi queridísima tía Gilberta, acompañado de planos del ataúd entrando en el horno, yuxtaponerlo con imágenes de altos hornos. Volver al entierro y grabar un plano secuencia del rostro frío y maquillado de la tía y continuar con cada una de las jetas de los presentes, mientras una voz en off  nos hable sobre unas enormes grietas marinas, sobre choques de placas tectónicas y ese tipo de sucesos. Parar la cámara y entrevistar a la persona que más le pesen los huesos. Durante, luego o después del velatorio grabar a la gente comiendo canapés y amplificar el sonido de forma ensordecedora. Sería interesante   subir a escondidas y rebuscar en los cajones y... no sé, tal vez alquilar una tortuga morrocotuda de más de 170 años y que todo el mundo la vea como una más de la familia, que conversen con ella.
 Sería pésimo, como dije, que al término de este relato o cortometraje impregnara todo con un rollo tipo… “cenizas desapareciendo en un pequeño torbellino, producido por el tirar de la cadena”. Sería muy feo dicho lo dicho sobre los legajos y la pasmosa posibilidad de encontrar algo escondido detrás de un ladrillo en la vieja casona. Digo, que al golpear con los nudillos la pared nos respondiera con un sonido vacío, amplio y figurásemos (tú y yo) lo que encontraríamos al otro lado, sin jamás acometer la acción de picar la pared y ver que al otro lado no había nada: una ventana que se abre y tan solo hallamos un muro. Quiero decir eso, el legajo no se ha de tocar, tan solo podemos proyectar lo que esconde, si no nos conformamos con esto, con olerlo, palparlo a lo sumo, obtendríamos quizás un sólido manuscrito titulado “Legajos de utopía”. Figúrese que ese ensayo lleva su nombre. Legajos de utopía seguido de la mandrágora distópica. Pero ¿qué sucederá después?...

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