24 nov 2011

1888. La Costa

                                                                                                       
Ich bekenne mich zu dem Geschlecht
Das aus dem Dunkel ins Helle strebt.
Yo me confieso del linaje de esos
que de lo oscuro hacia lo claro aspiran.

Era una playa […]  donde situó el sillón de lectura cuan gigantesca ballena varada.
 Las patas se hundieron ligeramente al llegar la débil ola. La doblez de las patas recurriría a la forma de un desembarco donde miles de hombres morían antes de pisar tierra firme. Muriendo en un obsolescente ambiente gris del cielo como por un intenso verdor de la hierba no disimulable por el despiece de cadáveres mutilados de miles de soldados.
¡Qué bien se sintió estando en aquel momento! – Sentado contemplando el Océano -  Siendo ese sillón una ballena que yacía en la orilla asfixiada por su propio peso.
 No trató de pensar más bien arrugó la cara y dejo que los inmisericordes aires le erosionaran tanto como fuera posible.  Cuando pensamos en la geografía erosionada del rostro nos llega la idea de un Beckett lleno de arrugas profundas posando detrás de un oscuro fondo.
 De rompilón cayó de lado y todo ese lado se mojo y se lleno de arena. Una de sus orejas mojadas con una pizca de incomoda agua dentro del oído con el rostro por la mitad con arena y el pelo caído y mojado por otro lado aun seco donde la brisa marina dejaba claro que estaba seco y que no. Los labios rosáceos en un rostro pálido fueron el motor de la imagen de correr con las botas puestas hacia el mar.
 Cuerdas y toda clase de harapos de los barcos pesqueros estaban diseminadas a lo largo de todo el litoral.

 El paisaje era circular absorbido por un vórtice que quizás alguien había provocado al quitar el tapón de un lavamanos lleno como si cada imagen fuera un tipo de proyección sobre otra imagen o como si el hombre fuera un analogista que estudia las relaciones entre todos los objetos, entre todas las cosas.
 De entrada estar sentado cerca de la orilla del mar le hacía sumamente feliz. Arrojaba esperanza ver como desde el sillón veía la marea retroceder.
 No sabría precisar cuántas veces lo vi bailar alegremente, lo vi deshilachar y bailar como digo sumamente protegido por aquel habitad de soledad perpetua.  Al llegar la noche regreso  pero se volvió loco antes de poder volver. Fue una sorpresa verlo al día siguiente con un chubasquero amarillo y toda la parafernalia de la ropa, esgrimiendo: pantalón grueso, bufanda, jersey de lana, guantes de cuero, gorro, calzones largos, calcetines de algodón, botas de caña alta de tipo militar, parapeto, cinturón de duro cuero con hebilla de latón, ovillo de cuerda de esparto, un macuto para albergar una navaja de corte providencial, cerillas, bote de cristal con grasa de ballena, guantes de repuesto, gafas y algo de comida. ¡En ese macuto nunca cupo un maldito diccionario, gracias a Dios! Supongo que cogió un viejo megáfono de latón que encontró por ahí y me dijo algunas cosas sabias sobre el amor, la vida y demás detalles, pero lo cierto es que desde mi distancia no le pude oír nada tan sólo sentí el paso de un buque a lo lejos donde el capitán observa desde la cabina de mando el melancólico calor que emana la luz del faro pensando en el cuerpo desnudo de su mujer, abriendo los labios para descubrir un hermoso coño rosáceo.
 Quizás nunca lleguemos a comprendernos los unos a los otros ni tan siquiera al ver las mismas palabras, las mismas expresiones escritas por varias personas. Podemos vacilar en recurrir a ese ejemplo como virtualmente un abismo de cercanía al que le caerá la culpa de un buen convenio lingüístico, puede que vivamos  y vivimos en una fortaleza extraña que se dice del sentir hacia los otros es un alegato a esta sensación de sentir la soledad… abigarradas sensaciones como el amarte y pensar en vosotros con dulzura volviendo a que esa sensación es la evidencia de un reino solitario, yo no me fijaría en esto si no en esa otra imagen que nos ofrece la voz humana, la desnudez de tres cuerpos juntos o determinado pensamiento azul; albergamos un verdadero sentimiento de comunidad de estar con los otros si sabemos escucharnos, si sabemos sopesar los ruidos y todo eso reconociendo que vivimos en una cretácica playa. 1880. Su mente como una franja de costa; cretácica, árida. Su amplia frente un acantilado enfrentado contra lo eterno y lo efímero. 
John Table