30 sept 2012

masa << lumínica >>




Mirad la obra que se representa, está claro quién saldrá desdichado de todo esto. Desde los asientos se ve claro la respuesta. Día a día la función se representa y el actor no se desvincula de su personaje y no deja de trabajar para un/el público que cargado de mierda viene a verlo fracasar.  El guión permite su existencia, le atrapa. Llegamos a uno de los momentos cruciales de esta obra irrepetible. Un cuervo vuela por el escenario y al pasar cerca del actor el ave sufre un infarto cayendo desde lo alto sobre la cabeza del actor golpeándola con la fuerza necesaria para dejarlo sin sentido. El actor permanece durante unos minutos inconsciente y se levanta aturdidamente poco a poco preguntándose qué ha pasado. Mira a su alrededor y ve al cuervo que yace cerca suyo. Lo toca. Aún desprende calor. Posee una gran belleza – piensa el actor-. ¿Dónde estoy? ¿Qué soy? La niebla del escenario acentúa la confusión.  Tal es su confusión que se enfatiza la idea de que uno puede ser cualquiera cosa. Desovar huevos, mudar la corteza y esas cosas.
La niebla se disipa y entiende que su ser nada tiene que ver con el chico de los álbumes, los álbumes de mamá. Mamá muerta…Sacrosanto mamá muerta y el público hablando del paleolítico como si mi madre fuera solo huesos. (Reza) Versa sobre esto y aquello, de recordar guiones, de mirarse en el espejo y ver videos de sus bodas. Se percata de lo loco que es pensar que esos trozos de celuloide le representen o de que el reflejo del espejo tenga que ver algo con lo que es… entiende perfectamente que esas cosas le han robado el alma, su identidad. Jamás me dejaré sacar una foto, ese no soy yo. Es absurdo. Es irreal. Es una datación que busca alejarme de mismo. Yo no soy ese. Veo mis recuerdos con mi cara recortada, sacada de uno de los muchos álbumes de mi casa. Esa cara la cojo y la pego con celo sobre los recuerdos una y otra vez. Es posible apreciar el celo que la pega y que solapa tantas cosas. Sobre mis recuerdos, esos planos, ese vídeo de mi treinta dos cumpleaños. Ayer fui como tú, me he estado matando todo este tiempo. Asiente la presencia del público. Os pido que no aplaudáis. Os pido que os marchéis a casa sin más, coged vuestras chaquetas, bufandas, gorros y volver caminando a casa. Es muy posible que vuestros hijos estén muertos.     ¿Acaso no me podéis oír? - sonido de miles de espejos rotos-
Vuelvo y lo repito. No se puede aplaudir.
Es un acto.
Una jaula se vacía.
Las tenues luces que se estaban utilizando hasta el momento se apagan.  Un potente foco de luz se enciende en el centro del escenario. La luz alumbra una maciza mesa. Luego alumbra a un señor que está sentado en segunda fila. Se apaga un instante y se para en una señora muy gorda. El foco se apaga y la mujer se levanta de su asiento. Lleva una blusa roja. Año cero. La gorda comienza a cantar mientras se proyecta un vídeo de ella comiendo espaguetis en una inmensa pantalla situada en el escenario. La vemos comer en la misma mesa que antes pudimos vislumbrar. Come los espaguetis con las manos y los engulle como si se tratara de un cerdo. Delicadamente polisémico. Su ropa se llena de tomate y pasta. Soy una cerda dice mientras come aun más rápido. Termina de comer y se saca los pechos con los que rompe el plato. Sus pechos son enormes. Agarra los pechos con la manos y con la fuerza de un martillo caen sobre el plato que tan solo puede hacerse añicos. Un hombre se le acerca por detrás y le dice que desde siempre le han gustado las mujeres con mucha carne, que le encantan los panderos enormes, inabarcables, dice unas cuantas palabras más entorno a esto. Comienza a excitarse. Se frota los testículos. La mujer permanece como un estado de hipnosis. Su cabeza inclinada hacia atrás con la boca abierta y sus ojos en blanco. Se ha comido cuatro kilos de espaguetis y no puede apenas moverse, tan solo emite un sonido animal, proveniente de su garganta. El hombre saca un revolver y le pega un tiro en toda la cabeza. De la cabeza salen espaguetis.
La mujer que hasta ese momento continuaba cantando de pie durante la proyección cae como si el disparo de la pantalla la hubiese alcanzado en la realidad. El silencio y la oscuridad que se cuestionan el tipo de comunicación que hacemos y como muchas veces escarbamos en la realidad buscando ampliar nuestra propia voz. Agarramos el micrófono y decimos cosas. Grabamos nuestra voz y la oímos. ¿A quién te diriges? El público llega al rato, el volumen les atrae. El público siente esa voz como suya. Todo ornato se debía evitar, decíamos.
La oscuridad, tal cosa no existe. Cincuenta potentes focos se encienden en el escenario apuntando al público que se ve cegado. El actor aprovecha y se sitúa cerca de la mesa. Se dirige nuevamente hacia ellos. A contra luz.
Mi voz (…) ya no me queda mucha voz, le he ido puliendo en este repetir de mi discurso. Aforadamente, sin pausa. ¿Por qué estas barreras? Triste en su repetición era pronunciada una y otra vez, noche tras noche puliendo mi voz. Estoy abatido, orgánicamente quemado. Son muchas las veces que me habéis visto fracasar, triunfar. Esta no es la forma. Sois crueles sin duda tanto o más que yo o el hijo de perra del narrador. Agentes pasivos de la comunicación, agentes al servicio del crimen. Las luces que nos impiden comunicarnos son las luces del teatro, capa a capa, añadiendo lodo y fango. Es terrible. Sois como yo. Unos meros actores. Una amorfa ampliación oral. ¿Cuándo mataremos a los que tenemos que matar? Asentid conmigo: el enemigo habita cerca, soy yo y es él. La voz es el enemigo. Las voces son el enemigo. ¡Silencio! La zozobra cultural… El narrador es a quien debemos aniquilar. Matar al dictador siempre relaja. El arremete contra los muros y los controla. El los tira y los construye. El fundador de la vanguardia… No le tengáis miedo. ¿El simbolismo le protege? – Decís- sí es verdad pero… pero podemos llorar, siempre podemos llorar. El ocaso que vemos en la pantalla.  El amanecer que disfrutamos. La zozobra mental siempre. ¿Un ornato creado por todos no? Mi voz contra la vuestra. Un enfático esfuerzo por delimitar mi/tu realidad. Pura mierda. Silencio. Mañana es sábado.
Vuelvo y lo repito. No se puede aplaudir.
Es un acto.
Una jaula se vacía.
Difundid mi mensaje.
Las luces que apuntan al público se apagan y se enciende unas agradables y uniformes luces. ¿Qué nos enseñan estas misericordiosas luces? ¿Qué tenemos en el teatro? ¿Qué nos queda?
La voz esta quemada, harta de hablarle a la humanidad y harta la humanidad de las voces mesiánicas. Ayer fui… Fui tu. Tanta saliva. Ahora que la gente se ha ido y no queda nadie a quien dirigirme hablaré con el corazón a todo pulmón… ¿Es eso lo que siempre ha faltado no? ¿Podéis oírme por el amor de dios? ¿Hay alguien en la sala?  
SILENCIO
LLOREMOS.
LLORO.
LLORAMOS.
Consagrando la explotación de la realidad sacaremos fotos a las lágrimas.
Una manera de no vivir, de resignarse. Dejar la voz en manos de la narrativa. Adhesión inactiva de un máximo grupo de gente.

6 sept 2012




A pie de página. Ahora que todos estamos locos, taimados, vuelve a mí. El libro pasa de mano en mano, son muchas manos arropadas por la manga de la chaqueta, desdibujando en colores grises, paulatinamente las manos. Las manos se precipitan y cierran el paso a la vista sin poder saber hacia dónde se dirige el libro. Pasa por manos que pertenecen a un cuerpo que está de pie. Pasan por manos sentadas y por manos lacadas.  Difuso, humo, café en Paris. El libro sigue una secuencia con forma de ocho. Manoseado, olido, prestado, en descredito de comentar lo que uno opina con la idea permanente de conectar con vuestra verdadera filosofía del autor. Un libro escrito. Como sabéis cada mano es única, llena de detalles que la hacen única. Un hombre que piensa en manos es un fallo. Hambre, hombro, hombre.  ¿Dónde está el libro? No ha podido salir pues la puerta se sitúa lejos y cerrada. El camarero llega con el paño doblado en su brazo para limpiar la mesa. Nos pregunta que queremos. Al final del proceso el libro vuelve a la mesa de la que salió transformado en cenicero. Lo cierto es que se fue por la puerta de mano en mano, formalizando muchas cosas. Pero uno no podía saberlo estando sentado entre la muchedumbre, entre las copas y dado que el primer objeto que llego a la mesa después de la salida del libro fue el cenicero no nos quedo otra que asimilar que el libro se había transformado en eso, por voluntad propia a lo largo de un proceso sumarial, dentro de un puto café de imbéciles poetas y un montón de gafas de escritores que narran, que se atreven a narrar sobre el cuerpo-prosopopeyico donde caen las cenizas, abajo la metáfora. 

5 sept 2012

Disculpe una vez más que mi carta sea tan corta


  • Sentirme ser, el feto que habita en la montaña, acurrucado en una seca y pequeña cueva.  

                          John Table