Como si los cuartos hubieran mutado en naves espaciales. Lanzaderas
inmóviles. Cápsulas sin destino. Una nave espacial: aire cerrado, aire nunca
puro. Y, al mismo tiempo, la ilusión de hablar con un exterior inmenso,
inabarcable.
El espacio exterior existe, pero está exento de aire y de gravedad.
Los cuartos son naves no por sus botones, paredes de metal o puertas de Alien,
sino por la idea. Por la estética imaginada: luces frías, zonas acolchadas,
escafandras que permiten dormir dos años antes de llegar a ninguna parte.
La cabaña autárquica es la profecía autocumplida de la nave-cuarto del
draconiano nuevo sistema solar.
La morfogénesis del cuarto nave-búnker trabaja
con conceptos, no con materiales. Usa claves y ondas, deja pomos y sillas
pegados con cola de milano. Va directo.
Atomización veri-Good y it's all the fashion now : aislarnos,
construir el cuerpo-máquina que no puede liberarse.
Detrás de cada palabra: ideas buenas, semillas de sociedades alternativas. Las
defendimos. Nos las robaron. Las usamos mal. Demasiada buena voluntad entregada
sin blindaje.
El cuarto, cerrado de par en par. El aire, invisible pero pesado. Día tras
día. Un hábitat hiperconectivo. El cuarto como mente. La mente como cuarto
enlazado a un Interfax.
La cabaña en el bosque anuncia el búnker.
El búnker no se fabrica en masa, pero se propaga como imagen: guerra nuclear,
mochila de los últimos días.
Miedo y amor. Miedo y amor.
Al final de la obra, vemos a una persona real caminando durante un largo
rato por una vasta llanura cubierta de trigo. El sol aprieta fuerte. Cuando
decide que está justo en el centro, todo se vuelve drama.
Realiza entonces la coreografía de las azafatas: movimientos precisos,
mecánicos, rituales. Se coloca el chaleco salvavidas en medio de la planicie.
Tira de las correas. El chaleco se infla y caen al suelo miles de trozos de
aquel cuerpo, nadie alcanza a verlo, un montaje dirá en internet luego.
Una explosión nuclear, diminuta como una hormiga, estalla a su alrededor.
Entre el humo y el polvo, emerge la cabeza de una cerilla quemada, prueba
silenciosa de la explosión. Queda esa imagen, o por si lo prefieres, puedes
salir a dar una vuelta por el barrio y encontrarte con un grupo de palomas
devorando el vómito de algún borracho de la noche anterior.