25 mar 2009

Fresas en el bosque y pulpo en la pescaderia


Este relato no podría comenzar de otro modo ni en ningún otro lugar. En el fondo oscuro del lecho marino está nuestro cartilaginoso amigo. Pulpo permanece quieto, no tiene hambre, no ve la luz, y por su cabeza pasan las ideas instintivas. ¿Es feliz? Pulpo me pide que no le preguntemos eso, que contemos otra serie de cosas. Pulpo se desplaza por el fondo arenoso levantando un ligero velo de arena que volverá a caer en su primigenio lugar; pulpo sigue su devenir en busca de alguna fresa. Fresa. Es eso lo único que le obsesiona. Pulpo un día comió esta extraña fruta que un joven marinero arrojó al fondo, a su puto gran fondo. La notó venir, notó la presencia ligera de la fresa; no se alertó, pues sabía, intuía que no había peligro. Se posó la fresa y la discordia en la mente de pulpo. Os pido que cerréis los ojos y que bajéis al fondo del mar, que os imaginéis que estáis cerca de nuestro amigo. Él no nos puede ver, no sabe de nuestra presencia. Podéis ver en toda su plenitud la extraña escena: pulpo quieto y fresa cayendo, interrumpiendo su primaria vida. Los ojos no tienen ningún problema en desenredar la luz, pues habla la imaginación que, como sabéis, no entiende de oscuridades. La caída de ese objeto vino precedida de no gran cosa. Tampoco era un fenómeno nuevo para pulpo, a menudo caían toda seria de cosas en el fondo, desde trozos de peces que fueron devorados por algún otro pez hasta objetos de difícil clasificación; objetos humanos, y lo humano, por INRI, no se conoce como concepto ni nada en la mente de pulpo. Llegamos al instante en el que la curiosidad le pica a acercarse a fresa, fruto rico en vitaminas. ¿Cuáles? No recuerdo. Tocándola desvela en ello la suavidad de la textura de fresa. Casi le recuerda a su propia piel cuando era un joven pulpo. La levanta, la pasa por sus tentáculos y en un momento raro y anómalo acerca su extraña boca e introduce un sabor único y genuino, el de “la fresa” que fuera recogida hace un mes en un país llamado Hungría donde la mujeres lucen lindas piernas y llevan tacón y falda hasta en invierno extraña conducta ésta, la de comer la fresa, pero lo cierto es que le gustó y guardó este sabor como algo que las futuras generaciones de pulpos deberían comer y conocer. Y es más, pasó a ser una prioridad el comer fresas; cito textualmente las palabras de pulpo: “La llegada de la fresa marcó un antes y un después en mi tentácula vida” Éste fue el fin de nuestro amigo pues empezó a perder el gusto por el pescado, por los moluscos, por la vida. Sólo quería volver a comer aquella cosa. Fueron apagándose las ganas de vivir. Estaba enamorado y no lo sabía. Pasaron los días, las semanas, y pulpo no tenía ganas de comer. Se enterró en la arena; en la arena en la que había visto caer a fresa, y dejó que la muerte le llegase oscuramente en la mayor de las soledades. Triste y lleno de deseo, dijo adiós.
John Table.

3 comentarios:

bar dijo...

Todo muy fresco siempre. Virtud tuya.

(Bacta Alacta a John Table)

nueva gomorra dijo...

Yo quisiera ser pulpo y morirme de fresa.
Tu prosa es ágil John. Me gusta.
Te seguimos.


Linda Durán -Nueva Gomorra-

~Mar~ dijo...

Bello relato John Table...
Gracias por el comentario.